Es natural que la esquerra interprete su papel de partenaire engañado. En el cálculo político catalanista, lo único que cuenta es quién se apunta el tanto del nuevo estatuto. Entiendo que a los no nacionalistas les resulte incomprensible el anhelo de arrogarse la paternidad de un adefesio, pero hagan un esfuerzo. Llegados a esta etapa, lo único importante para ellos es quién se hace la foto definitiva en la Moncloa. Carod cree merecerla más que nadie, pero Rodríguez, caprichoso, ha vuelto a servirle el triunfo a Mas. Es obligada, por tanto, toda esta escenificación airada del independentismo.
El fondo del acuerdo sólo lo deben de conocer Rodríguez y Mas. A lo mejor ni siquiera ellos. Pero Carod ha de convencer a la opinión pública de su disposición a rechazarlo, es decir, a acabar pidiendo el voto negativo en el referéndum catalán. Operación nada fácil porque, a poco que se reflexione, se comprende que tal actitud no tendría más que efectos negativos para la esquerra. Tienen la conselleria primera del gobierno catalán y la presidencia del parlament. El gobierno central ha dependido de su apoyo. Pero son incapaces de obtener un estatuto aceptable a pesar de haber convertido este objetivo en el centro de su acción política y de haber forzado al resto de formaciones a hacer lo mismo. Acabar oponiéndose equivale a reconocer un rotundo fracaso y una clamorosa inoperancia. Es más, con socialistas y convergentes de acuerdo, la esquerra sería arrojada muy lejos de la famosa centralidad política en la que todos los partidos del Principado, sin excepción, quieren instalarse.
Por eso habrán de dar el sí, sin importar qué porcentajes de impuestos se quedan en Cataluña o en qué escondite del texto jurídico se mete con calzador la dichosa calificación nacional. Necesitan los separatistas dos cosas para salir airosos y recuperar el protagonismo arrebatado por Mas: primera, que la opinión pública crea que de verdad van a romper la baraja; segundo, que Rodríguez ceda alguna cosilla, para poder magnificarla y justificar la aceptación final. Por ejemplo: que el Estado español ceda a la nación catalana el 51 % del IRPF en vez del 50 %.